domingo, 31 de agosto de 2014

¿De que sirve?

Nos enfrentamos diariamente al reto de ser los personajes raros. De ser aquellos que no llevan la corriente. De ser aquellos sujetos que se enfrentan a una sociedad y un mundo que continuamente los ataca, los confronta y les hace probar su fe.

Es que hemos perdido el enfoque de lo fundamental. Se nos ha olvidado la razón por la cual estamos en este mundo. Hemos olvidado quien nos dio la vida. Nos hemos adueñado de una vida que no nos pertenece... y terminamos viviendo cada día para llenar una serie de caprichos, necesidades y deseos que son secundarios.

Perdimos el rumbo. Y cuando uno ve la realidad mundial, la realidad nacional, la realidad de su propia ciudad y llega hasta la célula fundamental de esa ciudad, que es la familia. Empieza uno a comprender porque las situaciones que pasan a nivel personal y social son tan graves... simplemente porque le quitamos la prioridad a Dios en nuestras vidas. Como el pueblo israelita (recordando las catequesis) cuando el Señor sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, el pueblo desagradecido esculpió un becerro de oro y se olvido de Dios. Se olvido de su Salvador. Y así estamos. Igualitos. Hemos sacado a Dios como prioridad de nuestras vidas; y hemos puesto otros dioses en vez de El. Hemos creado dioses como el dinero, la avaricia, el poder, el juego, los vicios, el desenfreno, hasta el mismo trabajo... todos ellos empezaron a ocupar espacios tan importantes que a Dios lo dejamos en otro lugar. Lugar al que acudimos cuando ya los demás "becerros" que hemos creado como dioses no nos oyen ni nos dan la solución.

La terrible situación que vivimos en todos los frentes social, político, económico y moral tienen su origen en el hecho que le dimos la espalda a Dios. Porque empezamos a pensar mas en nuestros trabajos,en nuestro afán de poder y riqueza, de reconocimiento que necesitamos como Pablo ser tumbados del caballo para que reconozcamos en Dios la fuente y el fin de nuestra vida. 

Hoy el Evangelio es muy claro,continuación del Evangelio de hace ocho días. Después de reconocer en Pedro la acción del Espíritu Santo que le permite decirle a Jesús que El es el Hijo de Dios vivo, el Mesías esperado. Jesús arremete contra el mismo Pedro, hasta decirle "aléjate de mi Satanás" porque Pedro no comprende el anuncio de la pasión y muerte que le hace el Señor a los discípulos. El Evangelio continua diciendo sobre el llamado de Jesús a nosotros: "El que quiera venir detrás de mi, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" Y termina con una sentencia muy directa... "¿de que le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su vida?"

Esa sentencia hecha hace más de dos mil años sigue siendo olvidada, desatendida e ignorada por nosotros. Dejamos la Eucaristía como algo fortuito de cada domingo, como algo para las abuelitas y para los niños; como si ellos fueran los únicos que necesitarán salvación y es exactamente lo contrario; son los que mas cerca están del Padre amoroso. Nos comimos el cuento, el absurdo cuento de corrientes semiteológcias, (porque esas vainas no tienen nada de Dios), que somos semidioses... que solo es creer en nosotros mismos y desear las cosas con tal convicción que las alcanzaremos. Hemos creado un montón de "becerros" que nos alejan tanto de Dios.

Y recuperaremos el rumbo, solo en el preciso momento que nos demos cuenta lo mucho que necesitamos de Dios. Cuando dejemos de pensar en que tenemos que ganar poder, fortuna, reconocimiento y placer y empecemos a sentir que el Camino se hace menos pesado cuando ponemos a Dios en la prioridad que se merece. Cuando Dios sea nuestra prioridad, cuando la palabra fe se transforme en una decisión de vida y cuando aprendamos que no debemos abandonar a Dios; sino mas bien abandonarnos en El; ahí en ese momento justo recuperaremos el rumbo.

¿De que nos sirve,dinero, fortuna,reconocimiento, placer si todo eso nos aleja de Dios? 

¿Es que cuando nos llegue la hora de presentarnos al Padre Eterno, podremos llevarnos algo de eso?

Bien lo decía el Santo Padre Francisco: "Hasta ahora no he visto el primer funeral con un camión de trasteos que lo siga. TODO LO DEJAMOS AQUÍ."

miércoles, 20 de agosto de 2014

DIOS ESTÁ ACTUANDO

Veo como transcurren mis días:

Con angustia.
Con soledad.
Con dolor.
Con desilusión.
Con miedo.
Con una profunda tristeza.
Con dudas, muchas dudas.
Con rabia.
Con melancolía.
Con enfermedad.
Con muerte.

Tantas cosas que quisiera se solucionaran en mi vida... y siguen igual. Me enfrento a Dios diariamente porque no entiendo mi dolor y mucho menos el dolor de aquellos a quienes mas amo. Que difícil es enfrentar este proceso de mi vida, tan solo... porque puedo tener a muchas personas alrededor, pero mi situación, el único que realmente la vive y la sufre soy yo... los demás se solidarizan a la distancia pero eso no es suficiente... quisiera más.




Y con los ojos secos porque ya no pueden salir más lágrimas y con el corazón mas que arrugado... le protesto a DIOS.

Dios, dime ¿por qué? Busco en El una respuesta a todo lo que me está pasando o le pasa a aquellos que se alojan en mi corazón y no quisiera que sufrieran mas.   Y como respuesta... solo silencio... parece que Dios solo escuchara. Parece que Dios no tuviera tiempo de contestar todos los mensajes de voz que le llegan al buzón de su celular.

Entonces sucede algo maravilloso. Cuando dejo de llorar, cuando dejo de protestar, cuando dejo de quejarme...cuando el terremoto de mis injurias y reclamos pasa... llega la suave brisa y Dios en ella habla.

Dios no se manifiesta ni en el terremoto, ni en el incendio, ni en el viento huracanado; se manifiesta en la suave brisa. (1 Reyes 19, 9 -11). Así como le pasó a la Magdalena cuando encuentra a Jesús Resucitado, cuando por fin se calla y deja de hablarle a Jesús pensando que es el sepulturero y le pregunta ¿dónde está el cuerpo de Jesús? Cuando ella por fin se calla. En el silencio del corazón reconoce a Jesús.

Ese es el reto de la fe. Callar el corazón. Callarme. Para escuchar a Jesús. Poder entender que creo en un Dios amoroso, no en un dios sádico que se goza viéndome sufrir. Le hablo tanto a Dios y le pido tanto; que se me olvida hacer silencio para poder escucharlo. Soy tan frágil al dolor y al sufrimiento  (sin importar la causa de ellos) que pienso muchas veces que son superiores a mis fuerzas.  Y claro que lo son. Cualquier dolor, sufrimiento, temor, enfermedad, muerte, melancolía, rabia, etc., cualquiera de esas situaciones es tremendamente superior a mi, si las enfrento solo. Se hacen pequeñas cuando las enfrento bajo el manto amoroso de Dios.

Dios no me abandona. El que lo ha abandonado, he sido yo. A quién les cuesta abandonarme en su amor, es a mi. Creo y deposito mi fe en tantas personas que son factibles de equivocarse y desilusionarme pero depositar mi fe y abandonarme en Aquel que me dio la vida, lo veo tan utópico, tan lejano... lo veo como una figura literaria, romántica. No veo la oportunidad real de abandonarme en Dios. Eso se lo dejo a los curas, las monjas y las viejitas camanduleras. Y este concepto tan equivocado no me ayuda para nada.

Igual que un niño se abandona con confianza absoluta ante su padre que desde la piscina le dice que se lance que el lo recibirá. Así debería ser yo. No perder la inocencia y la confianza de un niño ante el amor de su padre.

Se me olvida que Dios me creo y que tiene para mi un plan determinado. Quizás ya es tiempo de dejar de llorar. De empezar a escuchar. Y de sentir el amor profundo de Dios en mi vida. Entender y percibir que Dios está actuando. Y que mi llanto, mi tristeza, mi decepción y mi desesperación no me dejan ver su acción en mi vida y en la vida de los que amo.