martes, 16 de junio de 2015

Encontrar a Dios

"Mira que estoy a la puerta y llamo".
Apocalipsis 3, 20



Nos enfrentamos a situaciones tan difíciles diariamente. No terminamos de superar un obstáculo cuando llega enseguida otro mucho más difícil; y, lo peor, es que estamos tan apaleados por el anterior que recibimos el nuevo reto con dosis de resignación y de rendición enormes; recibimos los golpes con los brazos caídos, ya no hay fuerzas para levantarlos ni para tratar de defendernos... el único camino que decidimos llevar es bajar la cabeza y con lágrimas en los ojos decirnos a nosotros mismos:

"Será aguantar; por alguna razón Dios me está poniendo esta terrible prueba".  

Terrible prueba que puede ser la enfermedad propia o de alguien cercano, la muerte, el desempleo, la falta de oportunidades, la soledad, la ingratitud, la indiferencia, etc.

No podemos estar más lejos de la realidad cuando asumimos que las diferentes situaciones por las que pasamos son "pruebas de Dios" y que si son sumamente drásticas, debemos aceptarlas con muchas lágrimas y mucho sufrimiento... "Dios lo quiso así", decimos y nos resignamos. Es que humanizamos a Dios. Le hemos puesto características tan humanas que lo chantajeamos (Señor, si me ayudas en ésto... yo voy a misa el domingo); le protestamos (Señor, ¿por qué a mí?); lo ignoramos  (Yo puedo solo con ésto, he pasado por peores); lo ponemos de villano vengativo (Seguramente ésto me pasa porque me he portado mal con Dios). Se nos olvida que el Todopoderoso es el dueño absoluto de la vida. Y cuando generalizamos el termino, indiscutiblemente la vida de cada uno de nosotros, es propiedad de Dios.

Ninguno de nosotros pidió venir a este mundo. Ninguno de nosotros puede decir que haya sido creado por una fuerza diferente al amor de Dios. Esa fuerza maravillosa del amor de Dios es la que nos garantiza que ningún momento de nuestra vida se convierta en "una prueba"; que de no realizarla bien nos traiga una eliminación como si estuviéramos en algún reality de los que nos vende la televisión. Y es que no pueden ser "pruebas" porque Dios no necesita ver que tan buenos somos. Los momentos difíciles de la vida son escalones que nos permiten acercarnos a Dios. Y solo nos acercamos a Él cuando nos abandonamos en su profundo amor y no en nuestra propia amargura y soledad.

Nos olvidamos de Dios. Nos olvidamos de buscarlo. Y Él, como lo dice el texto del Apocalipsis con que empiezo esta reflexión, está llamando a la puerta. Pero no tenemos oídos para atenderlo. Él, llama a la puerta y preferimos quedarnos mascando y rumiando nuestro dolor y nuestra tristeza, tratando de buscar consuelo en nuestro corazón destrozado o en el corazón del que está al lado; pero refugiarnos en el corazón de Dios ...¿Cómo para qué? El Señor llama, sigue insistiendo pero no entrará si no le abrimos la puerta. Si preferimos refugiarnos en los demás o en nosotros mismos; el amorosamente nos verá pero aceptará nuestra decisión.

Las duras pruebas se convertirán en escalones que nos acerquen a Dios cuando nos abandonemos en Él. Cuando cambiemos el verbo llorar por el verbo orar. Cuando aprendamos a orar. Cuando aprendamos que mi enfermedad, mi tristeza, mi soledad, mi falta de trabajo, etc., no es un castigo divino, sino la oportunidad de encontrar a Dios. Sí buscáramos a Dios con el mismo detenimiento y prisa que buscamos las llaves perdidas... Pensamos que Dios está solo en la iglesia. Nos encontramos con Él cuando vamos a misa y cuando salimos de ella, lo dejamos allá en el templo.

Encontrar a Dios es traerlo a aquella situación que me carcome el alma y decirle: "Aquí estoy Señor, abandonándome en ti". Encontrar al Señor no es preguntar el por qué de las cosas tan "terribles" que me suceden. Encontrar a Dios es hacer silencio en el corazón; dejar la quejadera, dejar las lágrimas, dejar de protestar. Encontrar a Dios es tener la certeza de que El no está improvisando conmigo.  Es tener la certeza que no fui creado por equivocación. Encontrar al Señor es convertir mi enfermedad, mi dolor, mi limitación en una oración tan profunda que me lleve imaginariamente al Santísimo para contemplarlo, admirarlo, adorarlo y amarlo.

Encontrar al Señor es la oportunidad que tenemos para escuchar su dulce voz que dice; "Venid a mi los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré". Mateo 11, 28.  Pero de de nada nos sirve si al acercarnos a Dios salimos con la misma carga. La carga, el agobio, la tristeza, la enfermedad, el dolor... dejémoslo en Dios

Hoy, acércate a un Sagrario, (física o virtualmente), contempla a Dios. A Él, no tienes que contarle lo que te pasa. Él ya lo sabe. Solo tienes que dejar tu carga en Él. Abandonarse es dejar el peso que soporta nuestra espalda y nos mantiene abatidos, dejarlo en Dios y salir convencido que su amor está actuando. Por eso, deja tu dolor, deja tus lágrimas, deja de quejarte, deja de autocompadecerte. Llora menos; ora más. Y que tu oración personal con Dios sea una ofrenda para aquellos que no conocen el amor de Dios.

No te refugies en tu compasión. No te refugies en el amor de los demás. (Tarde o temprano ese amor se vuelve efímero). Refúgiate en el amor de Dios. Refúgiate en Aquel que está tocando la puerta de tu corazón. Todo lo demás es pasajero. Nada es más grande ni nada más efectivo que el amor de Dios y su acción en nuestras vidas. 

Que tu felicidad, tu tranquilidad y tu fortaleza se base en el amor de Dios. Todo lo demás se acaba en esta vida. Dios es infinito


miércoles, 3 de septiembre de 2014

Los cuatros tipos de oración

Señor mio y Dios Mio.


Esta fue la frase que usó Tomás, el discípulo cuando Jesús vuelve a aparecerse a los apóstoles después de su Resurrección. Es el reconocimiento que a través del apóstol  incrédulo hace toda la humanidad ante la Onmipresencia y Omnipotencia del Señor. El texto bíblico completo lo encontramos en el Evangelio de Juan, capítulo 20; versículos 27 y 28.

Esta frase que se repite en cada Eucaristía en el momento de la Consagración, momento máxime de nuestra fe, debería convertirse en el punto de partida para el instante de oración que podamos tener.

Existen cuatro tipos de oración, todos ellos incluidos en la Sagrada Eucaristía. Esos cuatro tipos de oración son: la oración de perdón, la oración de súplica, la oración de acción de gracias y la oración contemplativa, (llamada también oración de adoración). Permítanme hacer un breve enfoque de cada una de ellas:

  • Oración de perdón: En la Eucaristía es la primera oración que se hace después de los ritos iniciales. El Yo pecador que rezamos es solo el reconocimiento de nuestra fragilidad y de la inmensa necesidad que tenemos del amor de Dios en nuestras vidas. Es reconocer nuestro pecado y pedir perdón a Dios teniendo como testigo a la comunidad que participa con nosotros. Vale la pena aclarar, que esta oración perdona aquellos pecados veniales. Los pecados mortales (aquellos que van en contra de los Diez Mandamientos de nuestra fe) son perdonados únicamente bajo el Sacramento de la Confesión.
  • Oración de súplica: Se encuentra centrada esta oración en el momento de la Oración de los Fieles; la comunidad guiada por el Sacerdote, eleva su súplica al Padre Dios para que mire con amor y generosidad las peticiones que se hacen. Hay que destacar que no solo se ora por las intenciones de la Misa, por las peticiones específicas sino también por cada una de las intenciones y peticiones que hay en cada uno de los participantes en la Eucaristía. Así no se hagan públicas. Es en ese momento cuando Dios Amor lee nuestros corazones y vislumbra en ellos las necesidades que abruman a cada uno de nosotros.
  • Oración de Acción de Gracias: Tiene su espacio en la Plegaria Eucarística; la parte de la Eucaristía que sigue al ofertorio y va hasta el momento de la Consagración. En el momento que el Sacerdote dice:"Demos gracias al Señor nuestro Dios" y la Asamblea contesta: "Es justo y necesario." Ese es el momento en que debemos traer todas esas bendiciones y acciones que ha tenido Dios con nosotros para dar gracias por ellas.
  • Oración de contemplación: En el momento máximo, el momento más importante de la Eucaristía, cuando el pan se convierte en Cuerpo de Cristo y el vino en Su Sangre. Es el momento en que el mismo Dios llega a hacerse presente en medio de nosotros. NO ES UN SÍMBOLO. ES REAL. Por eso el momento de la Consagración debe ser recibido de rodillas y sin bajar la mirada ni taparse los ojos, es el momento de la transmutación, cuando el pan deja de ser pan y el vino deja de ser vino. Es el momento del reconocimiento de  Dios entre nosotros, porque estamos ante el más grande, el mas poderoso y el que más nos ama.
Estos cuatro momentos de oración se pueden (y casi siempre) se repiten después de comulgar. En ese momento íntimo de Dios con cada uno de nosotros. Cuando Dios sin importarle y sin juzgar mi vaciedad, llena mi vida y mi corazón.

Este texto que comparto con ustedes quiere invitar a que centremos más nuestra oración a la Contemplación de Dios, a adorar a Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Las tres oraciones restantes son importantes. Pero aprender a contemplar  a Dios para abandonarme totalmente en El, ese debe ser el reto. Nos debemos convertir en patenas, en recipientes de barro, donde acumulemos nuestras angustias, nuestras preocupaciones, nuestras tristezas... y no solo las nuestras sino las de aquellos que amamos o las de aquellos que se han encomendado en nuestras oraciones. Y siendo esas vasijas de barro, esas patenas, abandonar todo su contenido ante Jesús Sacramentado. NO PEDIR NADA. Cristo ya sabe lo que necesitamos. Cristo está actuando y DE QUE MANERA.

Por eso... ya no pidamos más. Todo padre sabe lo que le conviene a su hijo; así el hijo pida otras cosas. Abandonémonos ante Cristo Eucaristía y contemplemos su inmenso amor hacia nosotros. La imagen que motiva este artículo es de mi gran amiga Marcela Tenorio Garcés, que compartió en el grupo Camino que tenemos acá en facebook y es una imagen que me impacta porque muchas veces distraemos nuestra atención e interés en un crucifijo y no en Cristo Eucaristía que es vivo y real entre nosotros

Que Dios nos siga bendiciendo, cuidando y amparando bajo sus benditas y maravillosas manos.

 

domingo, 31 de agosto de 2014

¿De que sirve?

Nos enfrentamos diariamente al reto de ser los personajes raros. De ser aquellos que no llevan la corriente. De ser aquellos sujetos que se enfrentan a una sociedad y un mundo que continuamente los ataca, los confronta y les hace probar su fe.

Es que hemos perdido el enfoque de lo fundamental. Se nos ha olvidado la razón por la cual estamos en este mundo. Hemos olvidado quien nos dio la vida. Nos hemos adueñado de una vida que no nos pertenece... y terminamos viviendo cada día para llenar una serie de caprichos, necesidades y deseos que son secundarios.

Perdimos el rumbo. Y cuando uno ve la realidad mundial, la realidad nacional, la realidad de su propia ciudad y llega hasta la célula fundamental de esa ciudad, que es la familia. Empieza uno a comprender porque las situaciones que pasan a nivel personal y social son tan graves... simplemente porque le quitamos la prioridad a Dios en nuestras vidas. Como el pueblo israelita (recordando las catequesis) cuando el Señor sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, el pueblo desagradecido esculpió un becerro de oro y se olvido de Dios. Se olvido de su Salvador. Y así estamos. Igualitos. Hemos sacado a Dios como prioridad de nuestras vidas; y hemos puesto otros dioses en vez de El. Hemos creado dioses como el dinero, la avaricia, el poder, el juego, los vicios, el desenfreno, hasta el mismo trabajo... todos ellos empezaron a ocupar espacios tan importantes que a Dios lo dejamos en otro lugar. Lugar al que acudimos cuando ya los demás "becerros" que hemos creado como dioses no nos oyen ni nos dan la solución.

La terrible situación que vivimos en todos los frentes social, político, económico y moral tienen su origen en el hecho que le dimos la espalda a Dios. Porque empezamos a pensar mas en nuestros trabajos,en nuestro afán de poder y riqueza, de reconocimiento que necesitamos como Pablo ser tumbados del caballo para que reconozcamos en Dios la fuente y el fin de nuestra vida. 

Hoy el Evangelio es muy claro,continuación del Evangelio de hace ocho días. Después de reconocer en Pedro la acción del Espíritu Santo que le permite decirle a Jesús que El es el Hijo de Dios vivo, el Mesías esperado. Jesús arremete contra el mismo Pedro, hasta decirle "aléjate de mi Satanás" porque Pedro no comprende el anuncio de la pasión y muerte que le hace el Señor a los discípulos. El Evangelio continua diciendo sobre el llamado de Jesús a nosotros: "El que quiera venir detrás de mi, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" Y termina con una sentencia muy directa... "¿de que le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su vida?"

Esa sentencia hecha hace más de dos mil años sigue siendo olvidada, desatendida e ignorada por nosotros. Dejamos la Eucaristía como algo fortuito de cada domingo, como algo para las abuelitas y para los niños; como si ellos fueran los únicos que necesitarán salvación y es exactamente lo contrario; son los que mas cerca están del Padre amoroso. Nos comimos el cuento, el absurdo cuento de corrientes semiteológcias, (porque esas vainas no tienen nada de Dios), que somos semidioses... que solo es creer en nosotros mismos y desear las cosas con tal convicción que las alcanzaremos. Hemos creado un montón de "becerros" que nos alejan tanto de Dios.

Y recuperaremos el rumbo, solo en el preciso momento que nos demos cuenta lo mucho que necesitamos de Dios. Cuando dejemos de pensar en que tenemos que ganar poder, fortuna, reconocimiento y placer y empecemos a sentir que el Camino se hace menos pesado cuando ponemos a Dios en la prioridad que se merece. Cuando Dios sea nuestra prioridad, cuando la palabra fe se transforme en una decisión de vida y cuando aprendamos que no debemos abandonar a Dios; sino mas bien abandonarnos en El; ahí en ese momento justo recuperaremos el rumbo.

¿De que nos sirve,dinero, fortuna,reconocimiento, placer si todo eso nos aleja de Dios? 

¿Es que cuando nos llegue la hora de presentarnos al Padre Eterno, podremos llevarnos algo de eso?

Bien lo decía el Santo Padre Francisco: "Hasta ahora no he visto el primer funeral con un camión de trasteos que lo siga. TODO LO DEJAMOS AQUÍ."

miércoles, 20 de agosto de 2014

DIOS ESTÁ ACTUANDO

Veo como transcurren mis días:

Con angustia.
Con soledad.
Con dolor.
Con desilusión.
Con miedo.
Con una profunda tristeza.
Con dudas, muchas dudas.
Con rabia.
Con melancolía.
Con enfermedad.
Con muerte.

Tantas cosas que quisiera se solucionaran en mi vida... y siguen igual. Me enfrento a Dios diariamente porque no entiendo mi dolor y mucho menos el dolor de aquellos a quienes mas amo. Que difícil es enfrentar este proceso de mi vida, tan solo... porque puedo tener a muchas personas alrededor, pero mi situación, el único que realmente la vive y la sufre soy yo... los demás se solidarizan a la distancia pero eso no es suficiente... quisiera más.




Y con los ojos secos porque ya no pueden salir más lágrimas y con el corazón mas que arrugado... le protesto a DIOS.

Dios, dime ¿por qué? Busco en El una respuesta a todo lo que me está pasando o le pasa a aquellos que se alojan en mi corazón y no quisiera que sufrieran mas.   Y como respuesta... solo silencio... parece que Dios solo escuchara. Parece que Dios no tuviera tiempo de contestar todos los mensajes de voz que le llegan al buzón de su celular.

Entonces sucede algo maravilloso. Cuando dejo de llorar, cuando dejo de protestar, cuando dejo de quejarme...cuando el terremoto de mis injurias y reclamos pasa... llega la suave brisa y Dios en ella habla.

Dios no se manifiesta ni en el terremoto, ni en el incendio, ni en el viento huracanado; se manifiesta en la suave brisa. (1 Reyes 19, 9 -11). Así como le pasó a la Magdalena cuando encuentra a Jesús Resucitado, cuando por fin se calla y deja de hablarle a Jesús pensando que es el sepulturero y le pregunta ¿dónde está el cuerpo de Jesús? Cuando ella por fin se calla. En el silencio del corazón reconoce a Jesús.

Ese es el reto de la fe. Callar el corazón. Callarme. Para escuchar a Jesús. Poder entender que creo en un Dios amoroso, no en un dios sádico que se goza viéndome sufrir. Le hablo tanto a Dios y le pido tanto; que se me olvida hacer silencio para poder escucharlo. Soy tan frágil al dolor y al sufrimiento  (sin importar la causa de ellos) que pienso muchas veces que son superiores a mis fuerzas.  Y claro que lo son. Cualquier dolor, sufrimiento, temor, enfermedad, muerte, melancolía, rabia, etc., cualquiera de esas situaciones es tremendamente superior a mi, si las enfrento solo. Se hacen pequeñas cuando las enfrento bajo el manto amoroso de Dios.

Dios no me abandona. El que lo ha abandonado, he sido yo. A quién les cuesta abandonarme en su amor, es a mi. Creo y deposito mi fe en tantas personas que son factibles de equivocarse y desilusionarme pero depositar mi fe y abandonarme en Aquel que me dio la vida, lo veo tan utópico, tan lejano... lo veo como una figura literaria, romántica. No veo la oportunidad real de abandonarme en Dios. Eso se lo dejo a los curas, las monjas y las viejitas camanduleras. Y este concepto tan equivocado no me ayuda para nada.

Igual que un niño se abandona con confianza absoluta ante su padre que desde la piscina le dice que se lance que el lo recibirá. Así debería ser yo. No perder la inocencia y la confianza de un niño ante el amor de su padre.

Se me olvida que Dios me creo y que tiene para mi un plan determinado. Quizás ya es tiempo de dejar de llorar. De empezar a escuchar. Y de sentir el amor profundo de Dios en mi vida. Entender y percibir que Dios está actuando. Y que mi llanto, mi tristeza, mi decepción y mi desesperación no me dejan ver su acción en mi vida y en la vida de los que amo.